El cielo bajo tus pies, por Ana Martínez Quijano







Los habitantes de los paisajes de Cynthia Cohen, al igual que la paloma equivocada de Rafael Alberti que “creyó que el mar era el cielo”, son metáfora de extrañas circunstancias existenciales. El mundo se ha dado vuelta, ha pegado un giro gigantesco mientras los personajes permanecen de pie, mirando hacia el frente en su posición habitual. El descalabro se percibe de inmediato: la tierra ocupa el lugar del cielo. Pero nuestra mirada se demora en los protagonistas: el oso, la liebre, el ciervo, la oveja flotan en el espacio. Ellos dominan la escena.
El inquietante planteo que formula la artista, finalmente se intuye.
¿Cómo eludir la desorientación, el desconcierto, la perplejidad de esos seres en su entorno trastocado? ¿Dónde irán a refugiarse cuando llegue la noche?
Las obras de Cynthia Cohen permiten adivinar cambios en el campo infinitamente amplio que nos alberga.

¿Dónde estamos cuando decimos que estamos en el mundo? La pregunta no es nueva: la formuló Martin Heidegger hace décadas.[1] Pero más allá de la trascendencia que haya tenido entonces este interrogante, el actual devenir de la humanidad le ha otorgado renovada vigencia. Amanece en un horizonte sembrado de dudas. ¿Estamos en la tierra o suspendidos en medio de la nada, frente a un abismo que no nos atrevemos a ver?

Cynthia Cohen toma distancia, exhibe sus animales ensimismados con cierto cinismo, pero también con piedad. La gracia del sujeto y su estupor resultan conmovedores. Así, el trasfondo del problema se advierte a través del absurdo: falta –ni más ni menos- que el punto de apoyo, un atentado a la ley de la gravedad.
Entretanto, la parodia es un juego que permite encarar con una sonrisa una cuestión dramática. Detrás de la parodia se esconde la tragedia.

El destino de estos animales en medio del vacío y sin más soporte para afianzarse que el cielo insondable, está en suspenso pero se vislumbra fatídico. A pesar de la incertidumbre, el color, las superficies de los cielos azules, los verdes intensos de los bosques y el ocre de las montañas nevadas configuran paisajes casi idílicos, ajenos a la oscuridad del tema. Cohen ha encontrado el modo apropiado para relatar su historia y atrapar la atención del espectador, sin renunciar a la complejidad conceptual del significado.

Para comenzar, los modelos que retrata son pequeños juguetes infantiles. Al ser transportadas a las grandes dimensiones de los cuadros, estas breves figuritas mantienen rastros de la ternura que inspira el original. Luego, el cambio de escala de la imagen y los difíciles incidentes que a los muñequitos les depara la suerte, generan un clima de irrealidad. Así se potencian los gestos paródicos.

La artista apela al sentido común del espectador, lo sacude con una evidencia básica. Algo está mal. El mundo está al revés y quienes lo habitan no atinan a moverse. Pero las víctimas no son humanas, son simples animalitos. Es preciso destacar que el sentido de las obras cambia según sea la perspectiva del observador, su sensibilidad y, más que nada, la posición que ocupe en el universo, en este territorio donde, sencillamente, desde el nacimiento a la muerte deberíamos sentirnos en casa. Si el abismo del cielo se adivina inconmensurable, tampoco hay límites para la interpretación de estas imágenes intrigantes.

Ana Martínez Quijano, 2014