Instantáneas de un edén posmoderno, por Patricia Pacino de Maman







Nos dominan el espectáculo, la exaltación y el vértigo. Cynthia Cohen se mueve en un ámbito cuya ley a perdido el juicio de las proporciones y sólo se regula por el placer y los sentidos. Sensualidad que expulsa la materia creada, liberando endorfinas de color fluorescente.

Lo artificial y lo saturado resuelven estas imágenes rotundas y pregnantes. Animales y criaturas gigantescos, bellos y juveniles supermodelos urbanos son el portal de entrada a una red de estímulos visuales que se despliegan a través de sus cuadros. Son las instantáneas de un edén posmoderno que deja al descubierto el efecto cascada de vacío al infinito. Así las imágenes, portadoras de texturas significantes, se yuxtaponen obedientes a los límites del cuadro. Lo inconmensurable, ahora cercado a su perímetro, perturba y nos somete a una tensión seductora. Pues sus figuras descomunales parecen rebosar o remitir a una órbita mayor, ¿el afuera? Pero aun así, todo se dispone al campo de la visión humana: “todo” nos atrae, “tanto” nos promete, en exceso, como una psicodelia.

Si contemplamos su obra anterior, pareciera otro el registro y entonces, recapitulamos. Sus pinturas introspectivas y silenciosas se resolvían en una monocromía delicada, de orden riguroso, casi ascético. Pero ahora, su obra provoca, hace ruido. Disrupción que es vía indirecta de una misma indagación que Cohen no ha abandonado. Aún más, muchos recursos plásticos de su producción anterior están presentes en estos cuadros, como el uso de la técnica plana, los elementos gráficos y el diseño. Pero ahora ella fuerza su lenguaje hasta el límite, desafío que compromete el placer y la libertad de pintar. Pintar, aun desde los márgenes de un mundo freak cuya comunicación es fractura e imposibilidad; un mundo cuya normativa es la sobreinformación, los rótulos y las consignas.

Estamos inmersos en un sistema donde el poder de elección y el deseo individual se pierden en la vorágine de lo inasimilable y fugaz. Entonces, ¿Cómo comunicarse o pintar sin intentar una disrupción mayor? Para ello, habrá que transgredir el orden de los mensajes, enloquecer las imágenes y disgregar. Pero Cohen, además, elige pintar. Y en esta instancia de puro placer y libertad, el orden de las formas se fragua en la materia. Allí, donde la pintura deja huella, chorrea y gesticula.

Pintura que es mancha o autoafirmación salvaje de la existencia; pintura que es tacha o negación violenta a un positivismo edulcorado.

La elección de Cynthia Cohen es osada. Sus pinturas oscilan entre el candor y la violencia, dejando a la intemperie el reflejo de nuestra propia vulnerabilidad. Amorosa osadía, pues lo entrañable se dedica, de soledad a soledad, sin estado de prevención.

Patricia Pacino de Maman, escritora, directora de Daniel Maman Fine Art