Entrañablemente, 2006



Entrañablemente, por Renato Rita, Curador

Evidentemente las circunstancias actuales trasuntan una perturbadora tensión.
Tanto los cataclismos naturales como los enfrentamientos religiosos nos ponen en la frecuencia primitiva: el origen, la supervivencia. Y, sin lugar a dudas, el componente vital más apto para relacionarse con esta perturbación es el instinto. Este complejo de reacciones exteriores y determinadas, comunes a todos los individuos de la misma especie y adaptados a una finalidad, de la que el sujeto que obra no tiene conciencia, el instinto según el diccionario, fue ocurrencia temática de Cynthia Cohen para esta oportunidad.

La intuición del instinto

La capacidad de intuir es un elemento constitutivo en la materia prima intelectual del arte; Le Corbusier sentencia que el arte contemporáneo es razón e intuición.

Rastro, huella, resquicio, celaje, términos algunos que tratan de advertirnos sobre imágenes propuestas por Cynthia, impregnándonos con el tono realista afianzado en la agobiante proporción del “cartel”; y así un hombre el búho, Eva inmanente y otras apresuran, en un primer movimiento, la textura inocente que el desmesurado cuadro nos narra. Una tenue atmosfera trágica merodea la apariencia gigante cuyo sentido está destinado a la forma en que nuestra intuición rescata el “encuentro” grotesco. Entonces se observa la lucha por un deseo de significado ante la autoridad significante de la imagen. Y es en esta apertura donde se filtra la instancia que la obra sostiene: la demoledora acechanza de la soledad, de la que el instinto nos previene. Este cálculo es de presencia recurrente en la obra de Cynthia, no por la representación, sino por la manera en que emplaza al espectador, situándola frente a lo fácilmente discernible, con una intensidad que lo deja solo entre el cuadro y su pregunta. Renato Rita S. XXI

Instantáneas de un edén posmoderno, por Patricia Pacino de Maman

Nos dominan el espectáculo, la exaltación y el vértigo. Cynthia Cohen se mueve en un ámbito cuya ley a perdido el juicio de las proporciones y sólo se regula por el placer y los sentidos. Sensualidad que expulsa la materia creada, liberando endorfinas de color fluorescente.

Lo artificial y lo saturado resuelven estas imágenes rotundas y pregnantes. Animales y criaturas gigantescos, bellos y juveniles supermodelos urbanos son el portal de entrada a una red de estímulos visuales que se despliegan a través de sus cuadros. Son las instantáneas de un edén posmoderno que deja al descubierto el efecto cascada de vacío al infinito. Así las imágenes, portadoras de texturas significantes, se yuxtaponen obedientes a los límites del cuadro. Lo inconmensurable, ahora cercado a su perímetro, perturba y nos somete a una tensión seductora. Pues sus figuras descomunales parecen rebosar o remitir a una órbita mayor, ¿el afuera? Pero aun así, todo se dispone al campo de la visión humana: “todo” nos atrae, “tanto” nos promete, en exceso, como una psicodelia.

Si contemplamos su obra anterior, pareciera otro el registro y entonces, recapitulamos. Sus pinturas introspectivas y silenciosas se resolvían en una monocromía delicada, de orden riguroso, casi ascético. Pero ahora, su obra provoca, hace ruido. Disrupción que es vía indirecta de una misma indagación que Cohen no ha abandonado. Aún más, muchos recursos plásticos de su producción anterior están presentes en estos cuadros, como el uso de la técnica plana, los elementos gráficos y el diseño. Pero ahora ella fuerza su lenguaje hasta el límite, desafío que compromete el placer y la libertad de pintar. Pintar, aun desde los márgenes de un mundo freak cuya comunicación es fractura e imposibilidad; un mundo cuya normativa es la sobreinformación, los rótulos y las consignas.

Estamos inmersos en un sistema donde el poder de elección y el deseo individual se pierden en la vorágine de lo inasimilable y fugaz. Entonces, ¿Cómo comunicarse o pintar sin intentar una disrupción mayor? Para ello, habrá que transgredir el orden de los mensajes, enloquecer las imágenes y disgregar. Pero Cohen, además, elige pintar. Y en esta instancia de puro placer y libertad, el orden de las formas se fragua en la materia. Allí, donde la pintura deja huella, chorrea y gesticula.

Pintura que es mancha o autoafirmación salvaje de la existencia; pintura que es tacha o negación violenta a un positivismo edulcorado.

La elección de Cynthia Cohen es osada. Sus pinturas oscilan entre el candor y la violencia, dejando a la intemperie el reflejo de nuestra propia vulnerabilidad. Amorosa osadía, pues lo entrañable se dedica, de soledad a soledad, sin estado de prevención.

Patricia Pacino de Maman, escritora, directora de Daniel Maman Fine Art